“Mientras se encontraban en Belén,
le llegó el tiempo de ser madre;
y María dio a luz a su Hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo recostó en
un pesebre
porque no había lugar para ellos en el
albergue”
(Lc 2,6-7)
Nace en un pesebre: en lo más
bajo,
para que no haya caída al
fondo de la cual no nos está esperando,
en el fondo de la cual no
podamos volver a elevarnos con él.
Nace al margen: para que nada
quede fuera de él,
para que lo central no sea el
centro
sino lo abrazado por Dios,
sino lo abrazado por Dios,
para que no haya lugar que
sea externo a él.
Nace al margen,
al margen de todo lugar donde
se debe nacer
para que no haya marginado
que no esté cerca de él,
para que no haya margen que
lo separe de ningún ser,
para estar al lado de los que
nacieron como nació él;
los que viven como él nació,
los que tenemos puertas para
cerrarles a los que son como él fue.
Elige la debilidad como
camino porque elige la humanidad,
la realidad humana,
porque quiere darse desde
nuestra realidad.
No es un Dios que se abaja,
es un Dios que acompaña.
(Fragmento de: Hugo Mujica, “Kenosis,
sabiduría y compasión en los evangelios”).